domingo, 26 de julio de 2009

lectura dominical

(...) ¿Qué es el amor? La pregunta puede disparar tantas respuestas como personas a quienes les sea formulada. Se ha escrito y se ha dicho mucho sobre él, y se seguirá haciéndolo. Se lo bendice desde la felicidad, se lo maldice desde la frustración y el desencanto. Se afirma que es imposible vivir sin él y hay quienes sostienen que han aprendido a hacerlo.
Más allá de declaraciones y palabras, de juramentos y ensoñaciones, el amor se plasma de verdad cuando deviene en verbo, cuando se transforma en acciones.
¿Qué tipo de acciones? Son amorosos aquellos actos en los cuales la energía y la intención afectiva de una persona llegan a otra a través de gestos, actitudes, hechos y palabras que le permiten a ésta recibir el amor tal como lo necesita. Y para saber cómo es esa necesidad, quien ama debe prestar atención a la persona amada: mirarla, escucharla, sentirla y presentirla; debe registrarla como el ser único que ella es, y en ese proceso verla como alguien en continua transformación. No se ama en abstracto: se ama a alguien. Y no se ama instantáneamente. Inmediato es el enamoramiento. Nos enamoramos de alguien que nos atrae por motivos puntuales, pero imaginamos de ese ser más de lo que sabemos. El enamoramiento es entusiasmo, deseo, ilusión y desconocimiento. Es un punto de partida. El punto de llegada (cuando se llega) es el amor. Arribamos a él por el camino del conocimiento. Vamos conociendo a la persona de quien nos enamoramos, y en ese proceso aprendemos sobre nuestras similitudes y diferencias. En la medida en que éstas sean complementarias (las de valores, por ejemplo, no lo son) y aprendamos a integrarlas, construiremos amor. El camino que va del desconocimiento del enamoramiento al conocimiento del amor no es mágico. Requiere presencia, compromiso, buena fe, trabajo; y es un camino de transformación, aprendizaje y revelación a veces arduo. Ni la pasión ni el enamoramiento del inicio desaparecen cuando todo aquello se cumple, sino que hay una evolución, una maravillosa alquimia que los transmuta.
(...)


El amor no lastima, cura
Por Sergio Sinay

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